Señoras y señores, el fútbol se reinventó. Está de fiesta. Abre los brazos (no los tentáculos del pulpo Paul) y saluda con el rostro feliz, alegre, pensante. Es una muestra inequívoca de lo que acaba de ocurrir. Está de festejo, quizás vaya con sus amigos a una fiesta, quién sabe. Allí puede haber tragos, chicas, chicos, música y, claro, una pelota. Y si hay una número cinco, la va a acariciar, la va a besar con la misma ternura que Iker Casillas a su novia periodista luego de quedar en la historia. Claro, no es para menos. España es campeón del mundo con un fútbol exquisito, de alto vuelo y un juego que muchos envidian sanamente y desean imitar bajo cualquier circunstancia. Salvando las enormes distancias, es casi tan imitable como la hazaña de Nelson Mandela, la leyenda viviente sudafricana presente en el estadio Soccer City de Johannesburgo, antes de la final, ante el aplauso cerrado, justo y emocionante de los más de 85.000 espectadores.
El entrenador español, Vicente Del Bosque, le imprime al equipo esa tranquilidad casi inverosímil desde el banco. Los once titulares son la base del multicampeón Barcelona pero nadie se la cree. España respetó siempre la misma idea de juego, aún en la derrota en el debut contra la mediocre Suiza. Ese estilo basado en el toque innegociable, en el buen trato de la pelota, en pequeñas sociedades como Carles Puyol-Gerard Piqué y Xavi Hernández-Andrés Iniesta. Así, llegó a la consagración definitiva, merecida, grandiosa, histórica. Ese 1 a 0 a Holanda en la final con el gol de San Andrés Iniesta en el minuto 116, es decir, a los once del segundo tiempo del alargue, a sólo cuatro minutos de que el partido terminase y definieran en los feos penales.
Fue histórica la proeza por varios motivos: primera vez en ser el mejor del mundo, primer campeón mundial pese a haber perdido el cotejo inicial, la consagración con menos goles en contra -dos- y también con menos tantos a favor -ocho-. Sólo tres jugadores del campeón anotaron en Sudáfrica: David Villa hizo cinco, Iniesta dos y Puyol, uno. Manchada por el impresentable arbitraje del inglés Howard Webb, la final fue menos de lo que se esperaba, especialmente por el juego sucio de los holandeses, que se tendrían que haber ido al descanso con dos hombres menos. Igualmente, el juez se encargó de favorecer y perjudicar a ambos ya que, en la jugada previa al gol decisivo, hubo un clarísimo corner no cobrado para el conjunto de Bert Van Marwijk, con el rebote de la Jabulani en ¡dos! españoles tras un tiro libre. Insólito.
No obstante, el ganador de la Eurocopa 2008 es el nuevo campeón del mundo con total justicia. En todos los encuentros fue claramente superior a sus rivales y tuvo la pelota casi siempre, aunque le faltó esa contundencia en los metros finales, los más importantes en el fútbol, porque tuvo a un Fernando Torres desconocido y en una forma física muy lejos de la ideal, a tal punto que terminó siendo suplente y, encima, cuando ingresó, se desgarró. Si el delantero del Liverpool hubiese sido el que todos conocen, el título de La Roja hubiera llegado con más comodidad todavía.
Final para un Mundial de Sudáfrica algo extraño, mal jugado al principio, con mejoras en el final y con una coronación más que merecida, producto de un equipo que quedará en la historia por su estilo de juego: siempre por abajo y al compañero. Además, España recibió el premio al Fair Play (juego limpio) por ser el equipo con menos tarjetas (en siete partidos, ninguna roja y sólo ocho amarillas, cinco de ellas en la final). Y pensar que algunos dijeron que el tiki tiki es un fútbol sin arcos...
Urgente: se necesitan dadores de sangre para los amantes del amarretismo y de la mezquindad. Si preguntan por el paradero del jogo bonito y del tiki tiki, se sabe que está en una fiesta inigualable con sus socios inseparables: el toque, la precisión y la presión limpia, entre otros. Futboleros, ¡Chapeau!. España campeón del mundo. ¡Y olé!.